Por R.Ballester Añón

 

 

El libro está enca­be­za­do por una cita de Orte­ga y Gas­set, a pro­pó­si­to de Goethe: “La bio­gra­fía es eso: sis­te­ma en que se uni­fi­can las con­tra­dic­cio­nes de una exis­ten­cia”

El pro­fe­sor Fran­cis­co Fus­ter ha rea­li­za­do una docu­men­ta­da bio­gra­fía de Azo­rín toman­do como refe­ren­cia la idea de con­tra­dic­ción, tal y como sugie­re el sub­tí­tu­lo de su libro: Clá­si­co y moderno.

José Augus­to Tri­ni­dad Mar­tí­nez Ruiz (Monó­var, 1873 ‑Madrid, 1967), cono­ci­do como Azo­rín, estu­dió el bachi­ller en el cole­gio de los esco­la­pios de Yecla y lue­go Dere­cho ‑que no con­­clu­­yó- en Valen­cia, Madrid, Sala­man­ca.

En Valen­cia comien­za su acti­vi­dad como escri­tor y perio­dis­ta. Cola­bo­ra en el Mer­can­til valen­ciano de Vicen­te Blas­co Iba­ñez. Lee tex­tos anar­quis­tas de Baku­nin, Kro­pot­kin, Sebas­tian Fau­re.

En oto­ño de 1896 aban­do­na Valen­cia y se ins­ta­la en Madrid para dedi­car­se al perio­dis­mo; esto mar­ca un dis­tan­cia­mien­to irre­ver­si­ble con su padre.

Vive en una pen­sión en la calle del Bar­qui­llo. Escri­be en El Pais, perió­di­co repu­­bli­­cano-pro­­gre­­si­s­­ta.

Reci­be elo­gios de Cla­rín por alguno de sus artícu­los; para él supo­ne un impor­tan­te estí­mu­lo.

En cam­bio, el dra­ma­tur­go Joa­quin Dicen­ta le ame­na­za de muer­te por una mala cri­ti­ca a una de sus pie­zas tea­tra­les.

En 1898 des­cu­bre dos auto­res con evi­den­te influ­jo en su obra: Scho­penhauer y Nietz­sche. Y más tar­de, Gus­ta­ve Flau­bert.

En 1904, adop­ta el seu­dó­ni­mo de Azo­rín. Escri­be Impre­sio­nes par­la­men­ta­rias en el dia­rio Espa­ña. Por pri­me­ra vez, se sien­te un pro­fe­sio­nal del perio­dis­mo y dis­po­ne de una remu­ne­ra­ción fija. Como cro­nis­ta par­la­men­ta­rio renue­va el géne­ro: obser­va ves­ti­men­tas, silen­cios, peque­ños deta­lles que per­fi­lan el carác­ter de cada dipu­tado, como nun­ca se habia hecho antes.

El direc­tor de El Impar­cial, Orte­ga y Muni­lla, para la cele­bra­ción del 3º cen­te­na­rio de la publi­ca­ción del Qui­jo­te, le pro­po­ne que escri­ba La ruta de don Qui­jo­te.

En 1908 se casa con Julia Guin­da. Rea­li­zan el via­je de luna de miel a Bur­deos, No tuvie­ron hijos.

Con su entra­da en la polí­ti­ca como dipu­tado, Azo­rín en cier­to tra­ta de emu­lar a su admi­ra­do Mon­taig­ne, alcal­de de Bur­deos, ejem­plo de equi­li­brio entre la vida con­tem­pla­ti­va y la vida acti­va.

Como ora­dor par­la­men­ta­rio no es cier­ta­men­te bri­llan­te: habla con voz que­da, cor­tan­do mucho las ora­cio­nes y sin pro­nun­ciar las erres. Tar­ta­mu­dea con fre­cuen­cia. Los taquí­gra­fos del Con­gre­so tie­nen difi­cul­ta­des para enten­der­le.

Duran­te Julio de 1909 se pro­du­ce la deno­mi­na Sema­na trá­gi­ca de Bar­ce­lo­na; hay huel­gas gene­ra­li­za­das e insu­rrec­ción por el males­tar de la gue­rra de Marrue­cos. Se pro­nun­cian cin­co con­de­nas a muer­te, entre ellas F. Ferrer Guar­dia, un peda­go­go anar­quis­ta.  En el ABC, Azo­rín apo­ya al minis­tro La Cier­va y al pre­si­den­te Anto­nio Mau­ra. En su opi­nión, el caso Ferrer es la excu­sa de un sec­tor de la inte­lec­tua­li­dad euro­pea para mos­trar su vie­ja hos­ti­li­dad a un pais víc­ti­ma de una per­ma­nen­te Leyen­da negra.

Euge­nio D´Ors inter­pre­ta la evo­lu­ción polí­ti­ca de Azo­rín citan­do a Goethe: ¿qué es peor des­or­den o injus­ti­cia? Más sopor­ta­ble ésta que aqué­lla, por­que el des­or­den engen­dra mil injus­ti­cias.

En 1912, publi­ca Lec­tu­ras espa­ño­las, ini­cio de una tetra­lo­gía de bre­ves ensa­yos: Clá­si­cos y moder­nos, Los valo­res lite­ra­rios, Al mar­gen de los clá­si­cos. Es una per­so­nal visión de auto­res y obras de la lite­ra­tu­ra espa­ño­la. Res­ca­ta del olvi­do auto­res poco cono­ci­dos y hace una lec­tu­ra nove­do­sa de los cono­ci­dos.

Comien­za a publi­car en La Pren­sa de Bue­nos Aires que man­ten­drá has­ta 1951 y que le pro­cu­ra­rá ingre­sos sóli­dos y sobre todo esta­bles. A pesar de ser invi­ta­do en diver­sas oca­sio­nes, nun­ca via­ja­rá a Argen­ti­na.

Se le nom­bra Sub­se­cre­ta­rio de Ins­truc­ción públi­ca y Bellas Artes en 1917. Es escru­pu­lo­sa­men­te pun­tual para lle­gar y para salir del Minis­te­rio; pero no habla con nadie, no reci­be noti­cias, no nom­bra secre­ta­ria, no envia car­tas de reco­men­da­ción. …Y nun­ca uti­li­za el lujo­so auto­mó­vil ofi­cial al que tenía dere­cho.

El cuña­do de Baro­ja, Rafael Caro Reg­gio, comien­za a edi­tar sus Obras com­ple­tas a par­tir de 1919.

Tres años más tar­de se le nom­bra pri­mer pre­si­den­te del Pen Club en Espa­ña, aso­cia­ción de escri­to­res pro­fe­sio­na­les.

En 1924 ingre­sa en la Real Aca­de­mia Espa­ño­la.

Duran­te los años vein­te y trein­ta hay una rup­tu­ra de su esti­lo. Comien­za a escri­bir tea­tro influen­cia­do por el surrea­lis­mo.  Un tea­tro de van­guar­dia con esca­so éxi­to y pocas repre­sen­ta­cio­nes.

Tam­bién com­po­ne nove­las expe­ri­men­ta­les como Felix Var­gas o Super­rea­lis­mo. 

Por esta épo­ca le con­fie­sa a Gabriel Miró que le repug­na su expo­si­ción públi­ca pero no tie­ne más reme­dio que hacer vida social, la cual exi­ge ser ama­ble con lec­to­res y admi­ra­do­res.

Cuan­do se pro­cla­ma la 2º Repú­bli­ca, a la que apo­ya, afir­ma   que su via­bi­li­dad debe sus­ten­tar­se sobre el socia­lis­mo y de la cla­se obre­ra emergente…La bur­gue­sía espa­ño­la, ase­gu­ra, nun­ca será repu­bli­ca­na. Al cabo de año y medio, cam­bia radi­cal­men­te de opi­nión.

Cuan­do se ini­cia la Gue­rra Civil tie­ne la sos­pe­cha fun­da­da de que ambos ban­dos van a per­se­guir­le (los suble­va­dos por su even­tual defen­sa de la Repú­bli­ca; los repu­bli­ca­nos radi­ca­les por su apo­yo a Juan March cuan­do esta­ba en la cár­cel)

En octu­bre de 1936, con un gru­po de escri­to­res y perio­dis­tas, toma un tren en direc­ción a Valen­cia, y de ahí a Bar­ce­lo­na, para diri­gir­se a Paris. Dis­fra­za la hui­da como un via­je de tra­ba­jo en cuan­to miem­bro des­ta­ca­do del Pen Club.

En la fron­te­ra le detie­ne un gru­po de mili­cia­nos de la FAI, quie­nes regis­tran sus male­tas y   encuen­tran vie­jas car­tas de Blas­co Ibá­ñez diri­gi­das a él; de inme­dia­to le dan a esas misi­vas la natu­ra­le­za de pasa­por­te y le piden dis­cul­pas.

Se ins­ta­la en Paris con su mujer en el hotel Buc­kingham, de la rue Mathu­rins.  Per­ma­ne­ce­rán en esta ciu­dad has­ta el final de la Gue­rra Civil.

¿Qué hace en París? Paseos soli­ta­rios por las maña­nas; por la madru­ga­da escri­be artícu­los en la cama.

Sus luga­res de pere­gri­na­ción son los buqui­nis­tas jun­to al Sena, don­de se ven­den libros vie­jos espa­ño­les, o la igle­sia de San Juan el Pobre. Tam­bién acos­tum­bra a per­ma­ne­cer horas y horas sen­ta­do en un ban­co del metro vien­do pasar a la gen­te.

Aun­que refi­na­do cono­ce­dor de la lite­ra­tu­ra fran­ce­sa es inca­paz de hablar fran­cés.

Ter­mi­na­da la Gue­rra Civil, el 25 de agos­to va al ser­vi­cio de fron­te­ras don­de le dan un sal­vo­con­duc­to que le per­mi­te entrar por Irún y pasan­do por Bur­gos lle­gar a Madrid.

Entra en con­tac­to con el gru­po de la revis­ta Esco­rial: Dio­ni­sio Ridrue­jo, Anto­nio Tovar, Pedro Laín…

Duran­te bue­na par­te de su vida pade­ce una gra­ve enfer­me­dad cró­ni­ca de tipo diges­ti­vo, una infla­ma­ción de colón que le obli­ga a tra­tar­se con pur­gas dia­rias, que segu­ra­men­te influ­ye en su carác­ter intro­ver­ti­do y en su deseo de ais­la­mien­to del mun­do.

Su comi­da favo­ri­ta era la albo­ro­nía, pla­to de ori­gen ára­be, muy con­su­mi­do en Cua­res­ma, pre­cur­sor del pis­to man­che­go, ela­bo­ra­do con beren­je­na, toma­te, pimien­to y cala­ba­za.

En 1950 des­cu­bre el cine­ma­tó­gra­fo. Va todas las tar­des a modes­tas salas rees­treno y pro­gra­ma doble. El cine es enton­ces un entre­te­ni­mien­to de mal gus­to para la inte­lec­tua­li­dad y cla­ses cul­tas.

Polí­ti­ca­men­te, Azo­rín es de una escan­da­lo­sa muta­bi­li­dad. Es anar­quis­ta radi­cal, monár­qui­co con­ser­va­dor, defen­sor de la Repú­bli­ca, apo­yo a los socia­lis­tas, sim­pa­ti­zan­te con el movi­mien­to falan­gis­ta, escép­ti­co dis­cre­to…

Lo cier­to es que ha habi­do dos silen­cio­sas revo­lu­cio­nes en la lite­ra­tu­ra espa­ño­la: una en poe­sía en el siglo XIX, otra en pro­sa en el siglo XX: Béc­quer y Azo­rín.


Títu­lo: Azo­rín. Clá­si­co y moderno (377 pági­nas)

Autor: Fran­cis­co Fus­ter

Edi­to­rial: Alian­za

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