Por R.Ballester Añón
El escritor francés Julien Gracq (1910–2007) perteneció al Partido Comunista durante un tiempo, sin implicarse demasiado; y luego al movimiento surrealista, sin implicarse demasiado. Su implicación más disciplinada y excluyente fue en su tarea literaria. Compuso obras maestras como En el castillo de Argol (1938). Publicó pocas novelas (alguna llevada al cine por André Delvaux) y diversos ensayos sobre asuntos literarios como el libro que nos ocupa.
En una nota introductoria, Manuel Arranz, traductor de estos textos, esboza algunas peculiaridades de su estilo:
“Gracq inventa la frase insubordinada. Una oración subordinada de otra oración subordinada que es a su vez subordinada de otra también subordinada. Cuando más cerca estamos del sentido, más lejos, y cuanto más lejos más cerca”.
Y observa también: “Aquello que jamás ha sido dicho de esta manera, jamás ha sido dicho: este es el axioma secreto al que se remite sin discusion el auténtico literato”
Le han bastado a Gracq unas pocas novelas y algunos de libros de ensayos para ocupar un lugar de excepción en la literatura francesa.
Estas Preferencias se ocupan de Chateaubriand, Lautréamont, Jünger, Rimbaud, Novalis y de obras concretas como Bayaceto de Racine o movimientos literarios como el surrealismo y el romanticismo.
En el extenso ensayo Literatura en el estómago, opina acerca de la situación de la literatura francesa de postguerra, que tanta influencia tuvo en el resto de literaturas europeas y americanas. Son observaciones efectuadas en los años 50 del pasado siglo que han ido adquiriendo creciente confirmación con el paso del tiempo: “el escepticismo en literatura tiene en esta mitad de siglo raíces muy profundas, tan profundas que uno llega a preguntarse si la integridad misma de la noción de literatura no corre el peligro de desaparecer a corto plazo” (…) “si todavía queda literatura, ya no quedan en cambio manuales de literatura. Todo lleva a pensar que el gusto espontáneo de una masa dada de lectores en libertad (y no estoy hablando de lectores incultos) explora al azar de una manera escandalosamente anárquica”.
También señala que “la literatura es desde hace algunos años víctima de una formidable maniobra de intimidación por parte de lo no-literario, y de lo no-literario más agresivo: tomé conciencia de ello leyendo hasta el asombro los números de Temps Modernes que se habían metido de cabeza, en un noble espíritu progresista, darnos cursos nocturnos de sexualidad”.
Emplea este atinado símil:
“la majestad y la lentitud de las obras clásicas es a menudo de la misma naturaleza que la de los icebergs: se debe a su enorme parte sumergida e invisible”
En cuanto a este pronóstico de hace setenta años, se ha ido ratificado:
“sabemos que una ruptura brutal está a punto de producirse en la época en la que estamos viviendo. Es como si la mente no pudiera ya soportar esa sobrecarga de treinta siglos de literatura muerta, el iceberg se rompe y se rompe ante nuestros ojos, sin que nos demos siempre cuenta de ello”. Da como síntoma revelador el hecho de que el grupo surrealista es el primer movimiento literario cuya mayoría de poetas jamás aprendieron una palabra en latín.
Señala que la Edad de la Razón se inicia en Europa en el siglo XVI y ahora está a punto de clausurarse y “será considerada un día por nuestros sobrinos segundos con ese mismo sentimiento asfixiantes de malestar que continúa evocando en nosotros la expresión ´Edad Media´”.
En otro orden de cosas, califica al Conde de Lautreaumont de “dinamitero arcangélico”.
Recuerda una observación de Chateaubriand: “en toda revolución, un nombre puede más que un ejército”.
En el excelente ensayo dedicado a Novalis y al romanticismo alemán constata que éste duró en realidad entre 1796 y 1801, en la ciudad de Jena convertida en centro del movimiento; de igual modo que Weimar se convirtió, años antes y a escasos kilómetros, en capital del clasicismo encabezado por Goethe.
Las obras del romanticismo alemán “llevan en la frente el signo de una promesa que supera infinitamente en alcance sus medios artisticos”. Y en opinión de Gracq, “ningún movimiento poético ‑incluido el surrealismo- se ha hecho nunca portador en un plazo tan pequeño de una esperanza tan grande”
La radicalidad extrema del primer romanticismo se sustanció en Novalis y Hölderlin, cuya poética la compendia del siguiente modo “no hay necesidad de escribir poemas: la Poesia finalmente puesta en práctica ‑como también lo querrá el surrealismo- va a reinar porque representa lo Real absoluto. La vieja dualidad Naturaleza y Espíritu será superada. La Naturaleza hace tiempo que esperaba sus bodas con el Espíritu. En este sentido, “el cuerpo es un espíritu coagulado”.
Título: Preferencias
Autor: Julien Gracq
Editorial: Shangrila
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