Este año se cumplen cien años de la aparición en Paris de un movimiento subversivo y extraordinario que conmocionó el mundo: el surrealismo. El mismo año que murió el creador de la revolución, Lenin, ese señor tan serio, nacía su contrario, el movimiento que se iba a reír de todo y cuyo líder Andre Breton ha pasado a la historia como un personaje de la talla de cualquier gran filósofo universal como Platón o Nietzsche. Y en el fondo, gracias al surrealismo, somos todos más felices y humoristas en este valle de lágrimas.
A pesar del tiempo pasado desde su primer manifiesto en Paris, el 15 de octubre de 1924, el surrealismo sigue habitando entre nosotros, forma parte de lo más esencial de nuestra cultura y por lo que parece todavía le queda mucho tiempo por delante. De no ser porque a unos señores y señoras quemados por el ambiente de entreguerras de los años 1920 se les ocurrió dar la vuelta al calcetín de la cultura, el mundo entero carecería de humor. Porque el surrealismo es más que nada humor, sarcasmo y dar la vuelta a las cosas. Reírse de la cultura dominante y académica para hacer a la gente menos grave y más feliz.
Andre Breton, el creador oficial de esta tendencia de la contracultura más sofisticada y quizás la broma más genial del siglo XX definió de una vez por todas el asunto, toda vez que ya funcionaba disperso entre genialidades artísticas del momento como Luis Buñuel, Pablo Picasso, Joan Miró, Andre Massson, Dali, Man Ray, Roberto Matta y otras luminarias del arte del siglo. Breton escribió: “Surrealismo. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o por cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento, Es un dictado del pensamiento sin la intervención la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
Todo a el mundo en la actualidad utiliza el término en cualquier momento y lugar y no es cosa baladí porque a cien años del primer manifiesto el surrealismo está tan presente en el globo como las nubes en el cielo. Su éxito al principio no fue mucho, pero las barbaridades del siglo XX; la estulticia y maldad de ciertas culturas reaccionarias lo pusieron en el candelero: hoy en día, en cualquier ciudad, barrio o plaza disfrutamos de hechos surrealistas.
Un ejemplo muy reciente, ¿Qué es surrealismo? Pues la pifia urbanística que supone haber colocado los bancos públicos para que se sienten los mayores en dirección al muro de la pared en la calle en lugar de hacia la calzada; eso en la reciente remodelación de las inmediaciones de la estación del Cabanyal. O el construir un cubo de cristal para colocar un ascensor en el centro de la plaza del Tossal una de las más pintorescas y graciosas del barrio del Carmen contribuyendo así a su fealdad. O la decisión de colocar unos poyos de colores carcelarios en la plaza del Ayuntamiento para que uno se rompa a gusto el espinazo; o la insistencia en talar árboles en lugar de proteger una ciudad calurosa como la nuestra con centenares de ellos en calles y plazas.
No es solo surrealista el cine de Woody Allen o los debates estúpidos y chismosos de las televisiones vespertinas, son surrealistas los bodorrios de la gente rica y la infinidad de decisiones políticas que toma la administración sobre temas de interés general.
El retraso y caos de los trenes, la regulación del aire acondicionado en comercios y transportes públicos sin tener en cuenta las molestias al usuario. Podríamos estar llenando este texto de eventos y asuntos que mantienen el surrealismo tan vivo y calentito como el cambio climático. Entre nosotros, los valencianos, surrealistas no han faltada nunca. Justamente los dadaístas Manue Puertas y Manel Costa acaban de publicar un libro titulado 23 Manifiestos dada, en la editorial Endora, que es un homenaje al surrealismo y sus discípulos. Estos artistas ya crearon un manifiesto sobre “el arte inútil” en el que proclamaban: “El arte es, indefectiblemente y por fortuna, inútil. El arte inútil es, irremediablemente y afortunadamente útil”. Seguidores de Tristan Tzara, de Louis Aragón de Francesc Picabia nuestros surrealistas siguen vivos.
Uno de nuestros más interesantes artistas de lo insólito es el profesor Bartolomé Ferrando, creador en la ciudad de la corriente de poesía concreta. Ferrando, ya en los años 80 construía pequeños poemas escritos en cuadraditos de cartón del tamaño de una carta de poker, los colgaba de un cordel y los vendía en un puesto en el suelo bajo la sombra del Micalet. Ferrando fue siempre un revolucionario de la escritura, como tantos otros que le han seguido. Por no hablar de nuestro escultor Miquel Navarro y sus obras estratosféricas. El cineasta aragonés afincado en Valencia y muerto hace años Antonio Maenza fue acaso uno de los surrealistas más notorios que pasó por la ciudad.
Además de producir con sus amigos una película incomprensible y enloquecida titulada “Orfeo filmado en un campo de batalla”, cuyos actores, hippiosos desmelenados y feministas radicales, tras el sarampión juvenil, han devenido con el tiempo grandes figuras de la academia, catedráticos, profesores de estética, psicoanalistas. Pero eso no les ha quitado un pelo de su formación inicial de auténticos subversivos de la cultura dominante. Los ha hecho más eficaces en sus trabajos. Como es habitual la ciudad de Barcelona se dispone a celebrar el aniversario del surrealismo con exposiciones y conferencias varias, cuyos escenarios son la Autònoma, la Picardie de Amiens y el Musseu Picasso. Estos seminarios son el punto de partida del recién creado Doctorado Picasso, dedicado a la relación del pintor con el surrealismo.
Así lo cuenta en un magnifico reportaje de La Vanguardia el periodista Emmanuel Guigon, bajo el título, Cuando el surrealismo fue catalán. Y es que esta tendencia tuvo sus representantes más preclaros justo en Cataluña. En el museo Pompidou de Paris existe la llamada ” pared de Breton”, una alucinante vitrina que protegía las espaldas del creador en su estudio de la rue Fontaine. Casi 200 objetos de diversa procedencia, cuadros de Kandisnki, caras balinesas, ojos de cristal egipcios o muebles religiosos españoles.

Ramón Gómez de la Serna en una foto de archivo.
Mi desparecido progenitor que era un intelectual extraño entre surrealista y racional, tenía en su estudio una vitrina parecida. Imitaba al posiblemente el surrealista español más notable de todos los tiempos, con permiso de Quevedo, Don Ramón Gómez de la Serna, inventor de las famosas greguerías e impulsor de las vanguardias españolas. Su estudio no tenía un trozo de pared libre y estaba cubierto por infinidad de ilustraciones, objetos e imágenes. Ese espíritu surrealista pasó de generación en generación y aquí nos tenéis ahora, amados lectores, más surrealistas que nunca, en medio de una sociedad enloquecida por el surrealismo digital de la IA. Y con un futuro bastante oscuro con la indudable tendencia de convertirnos a todos en surrealistas androides salidos de la peli Blade Runner. Tenemos surrealismo para rato.
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