La editorial B.A.C. recupera uno de los textos más importantes para entender la historia de la espiritualidad de Occidente

La regla de San Beni­to es uno de los tex­tos bási­cos sobre los que se asien­ta la espi­ri­tua­li­dad de Occi­den­te. Ha ser­vi­do como pau­ta para la orga­ni­za­ción de cuan­tio­sos monas­te­rios.

San Beni­to de Nur­sia redac­tó su Regla en la pri­me­ra mitad del siglo VI. Su pro­pó­si­to es emi­nen­te­men­te prác­ti­co. No pre­ten­de ser una obra lite­ra­ria o tra­ta­do doc­tri­nal de alto alcan­ce. No tra­ta de salir­se del camino esta­ble­ci­do por la tra­di­ción monás­ti­ca, que con­ta­ba ya con una expe­rien­cia de dos siglos. Se limi­ta a extraer de la tra­di­ción prin­ci­pios e ins­ti­tu­cio­nes que con­si­de­ra úti­les para los mon­jes de su tiem­po.

San Beni­to —fun­da­dor del monas­te­rio de Mon­te­ca­sino— se mues­tra como un autor muy per­so­nal en cuan­to escri­be, sea cual fue­re la fuen­te que emplea. Y com­po­ne su obra en el decur­so de un tra­ba­jo lar­go y com­ple­jo.

Pos­tu­la una radi­cal evo­lu­ción del con­cep­to de ceno­bi­tis­mo. Al prin­ci­pio de la Regla apa­re­ce el monas­te­rio como «escue­la del ser­vi­cio divino», mien­tras que en los últi­mos capí­tu­los, pre­do­mi­na el ideal de la vida comu­ni­ta­ria ple­na, en la que ha de rei­nar el amor mutuo entre los her­ma­nos, la mutua tole­ran­cia, y tien­de a una comu­nión total como se pro­po­ne en los Hechos de los Após­to­les.

La Regla tie­ne un invo­lun­ta­rio atrac­ti­vo lite­ra­rio. Pese a las irre­gu­la­ri­da­des de redac­ción —súbi­tos cam­bios de caso, fra­ses sin ter­mi­nar…— su pro­sa es de una seca ele­gan­cia. Emplea con dis­cre­ción ele­men­tos de la retó­ri­ca clá­si­ca. No le intere­sa el esti­lo bri­llan­te sino la cla­ri­dad y la efi­ca­cia pres­crip­ti­va. Bus­ca una sabi­du­ría ani­ma­da por el espí­ri­tu, en el sen­ti­do bíbli­co del tér­mino: vie­n­­to-fue­r­­za, alie­n­­to-vida.

Su arte de vivir se carac­te­ri­za por un salu­da­ble rea­lis­mo que acep­ta lo visi­ble y lo invi­si­ble, el mun­do sobre­na­tu­ral y el hom­bre con­cre­to.

El lec­tor moderno se extra­ña­rá, por ejem­plo, de que un abad se dedi­que a escu­dri­ñar los lechos de los mon­jes para ase­gu­rar­se de que no se han apo­de­ra­do inde­bi­da­men­te de algún obje­to o de azo­tar a los ado­les­cen­tes cuan­do se equi­vo­can en el coro.

Benit de Nursia, tosco y desordenado

Beni­to de Nur­sia es un mon­je del siglo VI, que no escri­be un latín per­fec­to como Cice­rón o Salus­tio. Su tex­to monás­ti­co es a veces algo tos­co y des­or­de­na­do, como sue­len ser­lo las reglas de los ceno­bi­tas de la anti­güe­dad, por­que los mon­jes no se preo­cu­pa­ban de dar for­ma impe­ca­ble a unos escri­tos cuya fina­li­dad era emi­nen­te­men­te prác­ti­ca.

La Regla dis­tin­gue 4 tipos de mon­jes: ceno­bi­tas —viven bajo una nor­ma y un abad—; ermi­ta­ños —per­ma­ne­cen solos—; sara­baí­tas —pési­mo géne­ro de mon­jes, viven en peque­ños gru­pos, para satis­fac­ción de sus deseos—; giró­va­gos —cam­bian de lugar cons­tan­te­men­te, se hos­pe­dan duran­te días en un monas­te­rio y lue­go en otro (ase­gu­ra San Beni­to que son peo­res que los repren­si­bles sara­baí­tas).

Algu­nas obser­va­cio­nes resul­ta­rán lla­ma­ti­vas al lec­tor actual si no se efec­túa el ade­cua­do enfo­que his­tó­ri­co: «Si un escla­vo se hace mon­je, no se le ante­pon­ga el que ha sido libre, de no mediar cau­sa razo­na­ble. Por­que todos, tan­to el escla­vo como el libre, somos en Cris­to una mis­ma cosa. Dios no tie­ne favo­ri­tis­mos».

Des­cri­be has­ta doce gra­dos de humil­dad, vir­tud rec­to­ra para un ceno­bi­ta.

Hay un capí­tu­lo dedi­ca­do a Cómo han de dor­mir los mon­jes: «si es posi­ble, duer­man todos en el mis­mo local; pero si el gran núme­ro no lo per­mi­te, des­can­sen de diez en diez, con ancia­nos que velen por ellos. Arda con­ti­nua­men­te una lám­pa­ra en dicha habi­ta­ción has­ta el ama­ne­cer.

Duer­man ves­ti­dos y ceñi­dos con cin­tos o cuer­das, de modo que no lle­ven cuchi­llos en la cin­tu­ra.

Al levan­tar­se se avi­sa­rán dis­cre­ta­men­te unos a otros, para evi­tar las excu­sas de los som­no­lien­tos».

En otro apar­ta­do acon­se­ja: «Por enci­ma de todo, no se mani­fies­te el mal de la male­di­cen­cia, por nin­gún moti­vo, sea el que sea, ni con la más peque­ña pala­bra o señal. Si alguien es sor­pren­di­do en él, se le some­ta a un cas­ti­go seve­ro».

Para reci­bir en el ceno­bio a algún mon­je foras­te­ro: «Se dará un óscu­lo de paz, pero no debe dar­se sino des­pués de haber ora­do, para evi­tar enga­ños dia­bó­li­cos».

Algu­nos capí­tu­los —como el LXVIII— tie­nen títu­los lite­ra­ria­men­te muy atrac­ti­vos: «Si a un her­mano le man­dan cosas impo­si­bles».

Hay un obje­ti­vo pri­mor­dial que rige toda La Regla:la minu­cio­sa admi­nis­tra­ción del tiem­po de la comu­ni­dad ceno­bial median­te duras y rigu­ro­sas nor­mas; una suer­te, pues, de mili­ta­ri­za­ción de la espi­ri­tua­li­dad, de apli­ca­ción de méto­dos béli­cos a la pro­pia inte­rio­ri­dad ascé­ti­ca.

Título: La regla de San Benito
Autor: San Benito de Nursia 
Editorial: B.A.C. (2023)
Páginas: 546
Precio: 23,75 euros

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